San Martín, 9 de noviembre de 2010
¡Bienvenido Pablo!
-Lo veo chivo don Singulario, ¿qué le pasa ahora?
-El otro día, mirando el programa 6-7-8 no pude comprender a Barone en un diálogo silencioso que mantuvo con el abogado de la Madres , Pablo Llonto. Éste último nos había reconocido por algún material antiguo encontrado en nuestra librería. Le decía que no comprendía hasta que alguien me aconsejó que leyera un artículo que había escrito con motivo de la muerte de Néstor.
-¿Y por tan poca cosa se enoja?
-Se me ocurrió buscarlo en el Google y me encontré, antes de leerlo; con algunos que lo acusaban poco menos de traidor por sus dichos...
-No lo comprendo don Singu...
-Es una larga historia personal. Allá por el ’45 apareció un fulano que produjo enormes cambios en las relaciones sociales de nuestro país y que a abundantes personajes les molestaba, a algunos porque veían peligrar sus intereses económicos y a otros porque veían peligrar sus intereses ideológicos, yo era pibe y me acuerdo ver a muchos, entre ellos a mi abuelo (anarquista devenido mercader) y mi viejo (sindicalista ferroviario y socialista) que un día salieron en estampida hacia la Plaza de Mayo porque habían encanado al Coronel.
-Me está hablando del 17 de octubre...
-Le estoy hablando de la Unión Democrática donde comunistas, socialistas y demás congéneres, despotricaban porque ese demagogo fascista estaba haciendo lo que ellos tenían en sus plataformas políticas. De la derecha no me preocupo porque sus objetivos no eran los nuestros...
-Claro, los oligarcas no necesitaban disfrazarse...
-Fui creciendo como los pibes privilegiados únicos (¡Oh los eslóganes!) y me encontré estudiando cuando la izquierda llevaba el Cristo (no el de los gitanos) en la procesión de Corpus Christi y pocos días después bombardeaban la Plaza. Luego vi abrazados a Codovila, Alende, Frondizi, los Ghioldi, Palacios, Aramburu, Rojas y muchos más. Naturalmente fueron mis primeras lágrimas. Y la colimba, y los fusilamientos y “se acabó la leche de la clemencia” de Ghioldi y...
-Me acuerdo don que para esa época, apareció un decreto que no dejaba ni cantar...
-Pero en la cancha desde las cuatro tribunas coreábamos la marchita. Y muchos creyeron que muerto el perro se acabó la rabia y salieron a copar sindicatos (¿Se acuerda de Pérez Leirós y las 32 organizaciones?). Son lungos mis recuerdos, y la quiero hacer corta, otro día se la sigo a partir del ‘55, pero ahora quiero volver al Pablo del artículo que nos convoca. En aquella época hubo muchos compañeros, colegas, camaradas y ainda mais que entendieron que en nuestro país se producían cambios fuera de manuales internacionales y abrazaron la causa que llamamos nacional y popular…
-Sí don Singu, los nac & pop…
-Que parece el nombre de una radio hegemónica…En aquella época los Dickman, Juan José Real, Marechal y el más castigado, Discépolo, fueron no sólo vapuleados sino enviados al infierno del ninguneo. Haber comprendido y sumado a la marcha del pueblo en camino de su dignificación les costó enormes dolores y la muerte civil.
-“¿A mí me la vas a contar Mordisquito?” escuchábamos en casa por la radio, al gran Discepolín… Pero no comprendo qué tiene que ver aquello con esto…
-Que el “Partido” o las corporaciones políticas de izquierda (no sólo hay de derecha) en pos de la pureza ideológica, han defenestrado a los que prefirieron acompañar -“per se” y sin permiso del comisario de turno- al pueblo que siente y sabe dónde está su verdad. Cuando chivo contra cierta “zurda” no les hago el caldo gordo a los otros. Llonto escribió en su disculpa al flaco, lo que le explico desde hace cincuenta años a mi mujer. No contra los compañeros de ruta de la revolución nacional y popular para la Patria Grande que pensaron Belgrano, Moreno, Monteagudo, San Martín, Túpac Amaru, Artigas, Bolívar, Simón Rodríguez, y viniendo en el tiempo tantos otros como Jauretche, Scalabrini, Cocee, Fernández Arregui, el colorado Ramos, el Tío, y a hora Néstor y Cristina, sino contra esos puros como los Pinos, Filmas, Ángeles, Altamira, Zambras, etc.
-Don Singulario, mucha cháchara, pero su chinche me parece que tiene que ver más con un problema doméstico-matrimonial que con ese fulano Llanto, que no tengo la menor idea que dijo.
-Tenga cuidado, el corrector automático le cambia el apellido, es Pablo Llonto. Le paso el texto que no tiene desperdicio, mientras le rindo homenaje y bienvenida recordando que “multiplicar es la tarea” y que lo acompañamos para pasar el mal trago que le servirán algunos “amigos” de antaño
“Perdón Flaco
Lo que te pateamos Flaco. Las cosas que dijimos de vos cuando en la imbécil tentación del engreído revolucionario decíamos de vos, el monigote de Duhalde.
Las marchas que te hicimos. Queríamos decirles a los argentinos que estabas dilapidando nuestra plata dándosela en bandeja al FMI.
Cuántas palabras envueltas en desprecio y sorna. Instruidos en las sabias esgrimas marxistas, enumerábamos los siniestros enemigos de los que te rodeabas. Casi, casi, te ordenábamos que fueses puro. Como nosotros.
En los rudos textos, en las vehementes intervenciones radiales, despedazamos tus confusas relaciones con el poder. Claro que sí, qué otra cosa era un hombre saludando a Bush con una sonrisa. No prestabas atención a nuestra pedagógica manera de llevar adelante el protocolo.
El propósito era que nos escuchases. Que leyeras nuestros volantes, nuestros afiches, nuestras banderas. Tenías que hacerte, de un día para otro, justiciero expropiador de todos los sinvergüenzas.
Tenías que rendirte ante nuestras luchas.
Queríamos ser testigos de un milagro que honrara a nuestros santos leninistas: la conversión acelerada de un político burgués a tigre trotskista, como aquel que posa en nuestros posters.
Queríamos verte echando a todo tu staff, tus ministros, tus amigos, tu familia, desprendiéndote de cuentas bancarias, bienes, alquileres. Si era posible Flaco, tenías que tirar los mocasines y la birome Bic. Y desafiliarte del PJ.
Un día, Flaco, nos enteramos que hablabas enla ESMA. Que entrabas allí con las viejas y con los hijos. Pedazo de oportunista, dijimos. Luego, procuramos escuchar bien aquello que decías.
"Como presidente de Argentina, vengo a pedir perdón en nombre del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades".
Carajo. Exasperabas nuestra incredulidad eterna. De pronto, un presidente argentino, dela Casa Rosada , les pedía perdón a las Madres; a las mismas Madres que un tiempo atrás (diciembre 2001) habían sido gaseadas, mojadas, arrojadas a caballos por los infames de la Casa Rosada.
Ebrios de indiferencia, pensamos que debíamos aplaudir ese gesto, no más de 24 horas.
No podíamos ser aventurados en el elogio. No tolerábamos que no cumplieras, una a una, todas nuestras utopías.
Ni cuando aprobaste la jubilación para los que no tenían aportes. Incluida nuestra vieja, y nuestra suegra.
Ni cuando le brindaste a Chávez, y a otros, el escenario adecuado para mandar a la misma mierda, el asesino ALCA.
Ni cuando le sacaste el fútbol de las manos al pulpo eterno.
Ni cuando quisiste poner un poco de justicia con la 125 cumpliendo tu máxima peronista de llegar al fifty fifty.
Ni cuando desafiaste a Clarín y sus tentáculos.
Ni cuando ideaste el final del monopolio de Papel Prensa.
Ni cuando impulsaste el matrimonio igualitario.
Ni cuando te enojaste con las claudicaciones de la ex intachable Corte.
Ni cuando apagaste las privatizaciones de Aerolíneas, el saqueo de las AFJP, el choreo macrista del Correo.
Ni cuando te extenuaron los impostores, los Alberto Fernández, los Lavagna, los Solá, los Cobos, los Pedraza.
Ni cuando apoyabas una ley que resolviera un cacho de participación en las ganancias.
Ni siquiera cuando tu última opinión sobre los burócratas sindicales contenía una frase premeditada: “hay que dar con el último de los autores intelectuales del crimen de Ferreyra”.
Ahora que estás en Santa Cruz, rodeado de los combativos mineros de Río Turbio que adorábamos en los 90, ahora es como un poco tarde, Flaco.
Queríamos decirte simplemente que los anarquistas somos, a veces, muy de vez en cuando, un laberinto de contradicciones. Y que pensábamos votarte.
Era nuestra mínima y secreta manera de pedirte perdón.”
Las marchas que te hicimos. Queríamos decirles a los argentinos que estabas dilapidando nuestra plata dándosela en bandeja al FMI.
Cuántas palabras envueltas en desprecio y sorna. Instruidos en las sabias esgrimas marxistas, enumerábamos los siniestros enemigos de los que te rodeabas. Casi, casi, te ordenábamos que fueses puro. Como nosotros.
En los rudos textos, en las vehementes intervenciones radiales, despedazamos tus confusas relaciones con el poder. Claro que sí, qué otra cosa era un hombre saludando a Bush con una sonrisa. No prestabas atención a nuestra pedagógica manera de llevar adelante el protocolo.
El propósito era que nos escuchases. Que leyeras nuestros volantes, nuestros afiches, nuestras banderas. Tenías que hacerte, de un día para otro, justiciero expropiador de todos los sinvergüenzas.
Tenías que rendirte ante nuestras luchas.
Queríamos ser testigos de un milagro que honrara a nuestros santos leninistas: la conversión acelerada de un político burgués a tigre trotskista, como aquel que posa en nuestros posters.
Queríamos verte echando a todo tu staff, tus ministros, tus amigos, tu familia, desprendiéndote de cuentas bancarias, bienes, alquileres. Si era posible Flaco, tenías que tirar los mocasines y la birome Bic. Y desafiliarte del PJ.
Un día, Flaco, nos enteramos que hablabas en
"Como presidente de Argentina, vengo a pedir perdón en nombre del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades".
Carajo. Exasperabas nuestra incredulidad eterna. De pronto, un presidente argentino, de
Ebrios de indiferencia, pensamos que debíamos aplaudir ese gesto, no más de 24 horas.
No podíamos ser aventurados en el elogio. No tolerábamos que no cumplieras, una a una, todas nuestras utopías.
Ni cuando aprobaste la jubilación para los que no tenían aportes. Incluida nuestra vieja, y nuestra suegra.
Ni cuando le brindaste a Chávez, y a otros, el escenario adecuado para mandar a la misma mierda, el asesino ALCA.
Ni cuando le sacaste el fútbol de las manos al pulpo eterno.
Ni cuando quisiste poner un poco de justicia con la 125 cumpliendo tu máxima peronista de llegar al fifty fifty.
Ni cuando desafiaste a Clarín y sus tentáculos.
Ni cuando ideaste el final del monopolio de Papel Prensa.
Ni cuando impulsaste el matrimonio igualitario.
Ni cuando te enojaste con las claudicaciones de la ex intachable Corte.
Ni cuando apagaste las privatizaciones de Aerolíneas, el saqueo de las AFJP, el choreo macrista del Correo.
Ni cuando te extenuaron los impostores, los Alberto Fernández, los Lavagna, los Solá, los Cobos, los Pedraza.
Ni cuando apoyabas una ley que resolviera un cacho de participación en las ganancias.
Ni siquiera cuando tu última opinión sobre los burócratas sindicales contenía una frase premeditada: “hay que dar con el último de los autores intelectuales del crimen de Ferreyra”.
Ahora que estás en Santa Cruz, rodeado de los combativos mineros de Río Turbio que adorábamos en los 90, ahora es como un poco tarde, Flaco.
Queríamos decirte simplemente que los anarquistas somos, a veces, muy de vez en cuando, un laberinto de contradicciones. Y que pensábamos votarte.
Era nuestra mínima y secreta manera de pedirte perdón.”
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